Me lancé por los pómulos
esquiando velozmente
en placentera bajada
hasta caer en su boca,
donde encendí un fuego y planté una sombrilla.
Pasé noches y varias lunas
tomando apuntes astronómicos,
comiendo malvaviscos.
Por miedo a que me tragara
como ya lo hizo una vez,
salté y me trepé a su pera
y transpirando observé el panorama:
“Son varios kilómetros hasta sus senos”,
pensé,
“Necesito unas cuerdas y valor”.
Invoqué a la Virgen y a todo un cuartel de santos
y me arrojé por su cuello en vertiginosa carrera,
aunque no obstante
sin embargo en cambio
parecía interminable.
Era un viaje de varios pársecs.
Me dio tiempo para hacer nuevos apuntes
y meditar en mi futuro.
“¿Qué voy a hacer de mi vida?”,
pensé,
“I’m not getting any younger”.
Llegué por fin
a Puerto Clavículas
donde me esperaba un bajel
lleno de potes de pintura y brochas
para trazar estelas en su piel.
La botadura fue con
música de Handel
y fuegos de artificio.
“Adelante, navegante, llevad nuestra insignia”,
me dijo la población del lugar.
“¡Pardiez! Cuánto boato para tan vil servidor”,
les contesté cordialmente y levé anclas.
El mar enfurecido de su pecho
me llevó a sus senos en dos meses y medio
viajando con destino sur a tres nudos.
Recalé y de inmediato me puse a escalar.
Nubes macabras asomaban en la cima de sus pechos,
vientos arrachados me azotaban en la ladera
y conforme iba ascendiendo a la bella montaña,
los troles que guardaban el viejo palacio de un rey me seguían de cerca inquietos.
Llegado a su pezón derecho hinqué mi bandera.
“Podría acostumbrarme a esto”,
pensé.
“Por esta vista largo todo”.
Pasé dos noches en ese Parnaso carnoso
precioso remanso
hasta que llegó el día de seguir.
Me lancé en parapente
y descendí en el estanque de su ombligo,
donde pude juntar agua suficiente
para atravesar el breve atajo púbico
y llegar al frondoso bosque de la Puerta Mágica. Ingresé con solemnidad admirando sus cortinados
sus recintos y sitiales
sus aposentos reales
y me deslicé hasta el centro de su vientre
en donde pensé
que cómodamente podría morir.
El calor de hogar me adormeció un rato
y estuve a punto de abandonar la carrera.
“Pero aún tengo mucho que conocer”,
pensé.
“La montaña rusa de sus piernas y los rápidos de sus pies”.
Tomé mis cuerdas, mi arnés, mis colchonetas,
me tomé una fotografía
y escribí a la entrada antes de partir: “Aquí estuve yo”.
©Pequod